TANYA RHODES
Abrí los ojos y todo me daba vueltas. El dolor ya no era punzante, pero seguía ahí, como el que se esconde detrás de un golpe viejo o de un moretón. Puse ambas manos en mi vientre y aunque nadie me lo había dicho aún, entendí que ya no estaba. No sabía como explicarlo, pero se sentía vacío y frío, cuando antes hubo calor. Cerré los ojos y traté de respirar profundamente para controlar el dolor de mi corazón, mientras las lágrimas caían por mis mejillas y mis labios temblaban.
—¿Tanya? ¿Cómo te sientes? —preguntó una voz familiar, era la doctora Johnson viéndome con lástima y una sonrisa gentil.
—¿Cómo debería sentirme? —inquirí con voz quebrada y una presión en el pecho que amenazaba con asfixiarme—. Mi bebé…
—Tanya, lo lamento mucho. En verdad… lo siento —dijo con sinceridad posando su mano en mi hombro, pero eso solo hizo que las ganas de llorar aumentaran.
—¿Por qué me lo quitaron? —pregunté sin controlar los sollozos que escapaban de mi garganta.
—Porque hubiera si