VANESSA GARDNER
Decir que salí furiosa de la habitación se quedaba corto. Tenía el pecho lleno de rabia, tanta que sentía que iba a vomitarla. Al principio caminé de un lado a otro, peinando mi cabello hacia atrás, intentando pensar, entonces, como si la vida me dijera: Toma, disfruta, mis ojos se encontraron con Noah y su padre, en medio del pasillo, hablando, y junto a ellos una chica rubia de ojos verdes que parecía angustiada mientras se aferraba al brazo de Noah.
Con eso fue suficiente para que mi pecho ardiera, como si la rabia con la que me ahogaba fuera gasolina y ellos hubieran arrojado un cerillo encendido. Caminé con calma y una sonrisa afilada. Intentando respirar de manera acompasada hasta que por fin me planté frente a ellos.
Los tres pusieron su atención en mí.
—¿Cómo está? —preguntó Noah, parecía sinceramente afectado.
—Está como una madre que perdió a su bebé… —contesté encogiéndome de hombros—, o más bien, como una madre a la que le arrebataron a su bebé con alevo