No sé cuánto tiempo ese troglodita me llevó sobre su hombro, como un costal de papas. El constante balanceo, sumado al cansancio extremo acumulado físico y mental por todo lo vivido y las incontables horas sin dormir, me adormeció profundamente. Sin embargo, mi creciente sueño se vio abruptamente interrumpido: la montaña de músculos sin educación y lleno más de testosterona que cerebro me depositó con tal brusquedad que mis piernas, entumecidas por la extraña posición, no respondieron, y terminé cayendo sobre mi trasero.
"¡Bruto salvaje!". Exclamé, incorporándome lo suficiente para lanzar un puñetazo a su abdomen. El impacto fue seco, como si hubiera golpeado un tronco. El dolor punzante en mis nudillos me recordó que, una vez más, yo soy quien salió perdiendo.
Grité y me desahogué hasta que una voz tensó cada fibra de mi ser, haciendo que las lágrimas se acumularan en mis ojos. Es Lyra. Imposible. ¿Acaso mi mente se ha quebrado, creando un escape de la realidad? Pero al voltear po