La tarde se desliza con una calma engañosa, y pronto el cielo se tiñe con tonos violetas que anuncian el anochecer. Las luces del salón comienzan a encenderse una a una, reflejándose en los ventanales que muestran la ciudad bajo el manto de la noche.
Me hubiese gustado compartir este lugar con mis otros socios, con Terrence y Adric, con las hermanas alemanas… personas con las que podría hablar de negocios, de planes, de futuro. Pero no es posible. Aquí no hay más que hostilidad disfrazada de cortesía, sonrisas envenenadas y miradas que buscan grietas en mi armadura.
Siento el roce de unos dedos cálidos en mi espalda baja y mi cuerpo se relaja al instante.
—¿Cómo te sientes, cariño? —pregunta Nikolaus, inclinándose lo suficiente como para que su aliento roce mi oído.
Un escalofrío me recorre. Lo miro, lo tengo frente a mí, y todo lo que pesa sobre mis hombros parece disiparse con solo escucharlo.
—Todo bien. ¿Nuestro hijo? —pregunto, robándole un beso ligero, casi temerosa de que algui