—¿Nos vamos? —pregunta Nikolaus de pronto.
Me siento un poco agobiada, como si algo en mi pecho se negara a ceder sobre llevar a nuestro hijo a la cena.
—Sí… —respondo, pero dudo. Dudo de llevar a nuestro hijo a la empresa, a ese lugar donde todo es hostilidad y cuchillos disfrazados de sonrisas.
Nikolaus se acerca y me toma de la cintura, bajando la cabeza apenas para que nuestros ojos se encuentren. Su mirada me desnuda y me dice que sabe exactamente lo que me sucede.
—No es necesario que lo llevemos, Eva. —su tono busca aliviarme.
—Siempre eres tú quien dice que debemos dar el ejemplo a nuestros trabajadores. —respondo, intentando disimular mi angustia y cambiando mi semblante a uno más sereno—. Hemos organizado una cena y un baile familiar en la empresa.
—Lo sé… —susurra, y noto el esfuerzo que hace por contener sus propias emociones.
Lo entiendo, porque tampoco él está seguro de llevar a Niklaus. Hemos sido muy cuidadosos de no exponerlo demasiado a mi pasado, a las sombras que a