Me niego a casarme.
—Te equivocas; perdiste ese derecho el día que decidiste creer ciegamente en tu hija bastarda y en tu amante, el día que me echaste la culpa de la muerte de mi madre, y el día que enviaste a mi bebé a un orfanato.
Mauricio alzó la mano, con la intención clara y brutal de darle una bofetada que prometía marcarle la piel.
Aitana, en un reflejo, atrapó su mano en el aire.
—Ya no podrás golpearme. Esta Aitana sabe defenderse de ti —paseó su mirada, desafiante, por las dos mujeres que más odiaba, antes de agregar: —. Y de ellas.
El gruñido de su padre resonó, oscuro y lleno de rabia. Con fuerza pura tiró de su brazo, arrastrándola como si quisiera someterla con el movimiento.
—Te casarás mañana por lo civil con el señor O’Brien, porque di mi palabra —dictaminó con la frialdad de quien cree que el dinero y la autoridad borran cualquier objeción.
Aitana dio medio paso, sintiendo cómo la náusea le encogía el estómago.
—¡Púdrete! Prefiero morir antes que casarme con un demonio como ese —mascul