Amenazada y sin opciones.
Al día siguiente, como cada mañana, Aitana se estaba preparando para ir a cubrir su turno médico en el hospital de los Fonseca, cuando unos toques insistentes en su puerta la hicieron dejar la esponja del maquillaje a medio camino de su cara y voltear medio cuerpo hacia la puerta.
Los golpes eran tan fuertes que parecían atravesar la pared, como si alguien quisiera arrancarla de raíz.
—Cuando me desocupe te atenderé —gritó, poniendo los ojos en blanco, con fastidio, pues imaginaba que era su tía desgraciada o Isaura, siempre entrometiéndose cuando no debían.
Pero entonces, una voz cargada de autoridad y mal carácter retumbó al otro lado:—Aitana, abre ahora mismo —ordenó su padre, dando nuevamente un manotazo a la madera que hizo vibrar la cerradura.
La mandíbula de Aitana se tensó. Respiró pesadamente, sintiendo cómo el aire se volvía denso en el cuarto.
Imaginó lo peor, porque su padre nunca venía sin veneno en la boca.
Se levantó con un movimiento brusco, casi impulsivo, llena de fa