La sentencia de mi verdugo.

—Quiero disculparme contigo —soltó Jax entre dientes, como si cada palabra fuera un sacrificio.

Aitana lo miró… como si un ovni lleno de extraterrestres hubiera descendido frente a ella. Jax O’Brien pidiendo disculpas era tan insólito, tan fuera de su naturaleza, que por un instante pensó que estaba soñando o delirando.

Él se rascó la cabeza, incómodo, casi avergonzado, como si ni él mismo creyera lo que estaba haciendo. Y mentalmente, se preguntaba si estaba loco.

—Señor O'Brien, usted no tiene que agradecerme por cumplir con mi deber —le aclaró Aitana, retirando su mano con un gesto cargado de desagrado.

Pero Jax no se movió ni un centímetro. Al contrario… al ver su rechazo tan evidente, algo oscuro se encendió en él.

«Esta mujer no merece ni un ápice de mi empatía. Que haya rectificado su mal proceder no significa que esté libre de culpa. Mi hermana aún no despierta por su culpa», pensó, dejando que su rostro volviera a la expresión arrogante y cruel que tan perfectamente sabía ado
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