Capítulo 11. Gigante con alma
La invitación llegó en un sobre de papel reciclado, doblado con esmero y entregado por la señora Ruiz durante el turno de la mañana.
—Te trajo esto el “gigante” —dijo, con una sonrisa cómplice—. Dice que si no vas, su equipo perderá por abandono emocional.
Patricia abrió el sobre con manos temblorosas. Dentro, una entrada para el partido de baloncesto universitario de esa noche, y una nota escrita a mano:
Patricia,
Sé que el baloncesto no es tu mundo. Pero me gustaría que vieras el mío. No me veas como estrella. Solo como Robert.
—R.
No había adornos, ni bromas, ni presión. Solo una petición honesta, envuelta en una caligrafía firme pero cuidadosa, como si cada trazo hubiera sido meditado. Patricia la leyó tres veces, como si temiera que las palabras desaparecieran si parpadeaba.
Esa tarde, mientras doblaba servilletas en la cafetería, Leila se le acercó.
—¿Vas a ir?
—No lo sé —respondió Patricia—. No entiendo nada de baloncesto.
—No se trata de entender el juego —dijo Leila,