Capítulo 1. El amanecer en los campos
El primer rayo de sol no entró por una ventana, ni se coló entre cortinas de encaje. Llegó directo, crudo y dorado, sobre el lomo húmedo de una vaca que mugía suavemente en el establo. Y allí, arrodillada en la paja fresca, con las manos sumergidas en la tibieza de la leche recién ordeñada, estaba Patricia.Tenía veinte años, pero sus ojos, verdes como el trigo joven, con destellos de miel bajo la luz del alba, guardaban una quietud que parecía más antigua que los montes Ródope que rodeaban su aldea. Su cabello castaño, recogido en una trenza gruesa y desordenada, escapaba en mechones rebeldes que el viento matutino acariciaba con familiaridad. No usaba maquillaje, ni joyas, ni siquiera un reloj. Su piel, bronceada por el sol de los campos, tenía las primeras marcas del trabajo: callos en las palmas, arañazos en los antebrazos, polvo de tierra en las rodillas. Y aun así, había en ella una belleza que no pasaba desapercibida ni para Iván, su hermano mayor, ni para los vecinos que la ve
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