Capítulo 18. La llamada desde Bulgaria
La llamada llegó en un momento de silencio. No era mediodía, ni noche, sino esa hora incierta entre la tarde y el crepúsculo, cuando el mundo parece detenerse para respirar. Patricia estaba en la biblioteca, con los ojos clavados en un texto sobre materiales biocompatibles, intentando distraerse del vacío que Robert había dejado tras su partida. El teléfono vibró sobre la mesa, una señal insistente que rompió el hechizo de concentración. Al ver el número internacional, su corazón se detuvo.
—¿Hola? —respondió, con voz temblorosa.
—Patricia… —la voz de su madre era débil, como si cada palabra fuera arrancada de un pozo profundo—. Soy yo.
—Mama… ¿qué pasa?
Hubo un silencio largo, lleno de respiraciones entrecortadas.
—Estoy… enferma. No es grave, pero… necesito descansar. Y tu padre… no puede hacerlo todo solo.
Las palabras cayeron como piedras sobre el agua tranquila de su alma. Patricia sintió que el aire se le escapaba del pecho. No podía hablar. Solo escuchaba el eco de la voz de su