Capítulo 10. Los suspiros de la bandeja
El incidente con la bandeja no fue un accidente. Fue un parto. De algo nuevo. De algo inesperado. De una posibilidad que, hasta entonces, Patricia había mantenido encerrada en el rincón más recóndito de su imaginación, como un libro prohibido que no se atrevía a abrir.
Durante los días siguientes, la cafetería pareció transformarse. Ya no era solo un lugar de trabajo, sino un escenario cargado de una tensión sutil, casi imperceptible para los demás, pero eléctrica para ella. Cada vez que la puerta se abría al mediodía, su pulso se aceleraba. Y cuando veía a Robert cruzar el umbral, con su paso largo, su chaqueta desabrochada y ese libro siempre bajo el brazo, el aire a su alrededor se volvía más denso, como si el tiempo se espesara a su paso.
Él no volvió a sentarse solo.
Al tercer día, se acercó al mostrador mientras Patricia servía sopa. No pidió comida. Solo se detuvo, apoyó las manos sobre la barra y dijo, con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su timidez:
—¿Te han castigado p