Capítulo 19. El puente entre dos mundos
La tierra de Bulgaria la recibió con un olor que le subió por la nariz como una oración: humedad, paja recién cortada, polvo de sendero y el aroma dulce de los manzanos en flor. Patricia bajó del autobús en la entrada del pueblo, con una maleta de cuero gastado y el corazón latiendo como si volviera a casa tras una guerra larga. No era la misma chica que había partido meses atrás. Ya no llevaba solo su ropa, sino también el peso de decisiones tomadas, lágrimas derramadas, silencios rotos. Pero en sus ojos, aún brillaba esa chispa que ni Boston ni Robert ni el fracaso habían logrado apagar.
Su madre la esperaba en la puerta de la casa, envuelta en su delantal de lana, con las manos temblorosas y una sonrisa que se deshacía en lágrimas antes de formarse. No dijo nada al principio. Solo la abrazó con fuerza, como si quisiera asegurarse de que era real, de que no era un espejismo creado por la nostalgia. Luego, sin soltarla, murmuró:
—Estás más delgada.
Patricia rio, con una risa que sonó