Al ver a Xavier entrar en la sala, Andressa siente una punzada aguda en el pecho, como si la sola presencia de él bastara para revivir todos los errores y remordimientos que la atormentan. El hombre frente a ella apenas se parece a aquel con quien se involucró tiempo atrás. Su expresión envejecida, marcada por la dureza de la prisión y la desgracia que él mismo provocó, le resulta casi insoportable de mirar.
Sus ojos intentan desviarse, pero la culpa la mantiene anclada en ese instante. La apariencia deteriorada de Xavier la asusta de un modo que no puede explicar. No era solo lo que se había convertido físicamente, sino todo lo que él representaba en su vida: la traición, las mentiras y el rastro de destrucción que ella ayudó a construir, incluso sin darse cuenta entonces.
Dentro de ella, un torbellino de emociones contradictorias se agita, haciéndola sentir aún más vulnerable. Sabía que era cómplice, aunque indirectamente, del caos que se abatió sobre la familia Ferraz. Su relación