Cuando despierta, Víctor nota que ya pasan de las dos de la tarde. Ve a Marina a su lado, dormida con una expresión cansada, lo que le hace sonreír suavemente. Decidiendo no perturbarla, se levanta despacio, cuidando de no hacer ruido. Tomando el celular de la mesita de noche, sale del cuarto en silencio.
Al llegar al jardín de su casa, desbloquea el celular y nota varias llamadas y mensajes perdidos de Rodrigo. Sin perder tiempo, marca el número del hermano, que atiende de inmediato.
— Víctor, ¿dónde estás? ¿Por qué no volviste a casa? — pregunta Rodrigo, con tono de urgencia.
— Estoy en mi casa, acabo de despertar. Tuve una madrugada muy movida — explica, frotándose los ojos mientras se sienta en un banco del jardín.
— ¿En serio pudiste pensar en sexo después de lo que pasó? — pregunta Rodrigo, con una mezcla de sorpresa y sarcasmo, pensando que la «madrugada movida» de su hermano se refería a eso.
— Para decirte la verdad, sí, pensé — responde con evidente ironía en la voz. Pero, c