capítulo 2

POV Luciana

El día había sido agotador.

Entre la montaña de trabajo, la absurda propuesta de Dylan y la presión de tener que decidir mi futuro en menos de veinticuatro horas, sentía que me estaba desmoronando.

Al llegar a casa, dejé caer la bolsa en el sofá y me quité los tacones como si fueran grilletes. Me preparé un café, más por costumbre que por necesidad, y me desplomé en la cama con el celular en la mano.

Era una costumbre vieja, casi una rutina sagrada: cada noche, sin importar lo que pasara, llamaba a Scott.

Quizá era mi manera de seguir fingiendo que todo entre nosotros estaba bien... aunque hacía meses que no nos veíamos, aunque las conversaciones fueran cada vez más frías, más vacías.

Suspiré y marqué el número, como siempre.

El teléfono sonó una vez... dos... tres...

Cuando al fin contestaron, la voz que escuché no era la de Scott.

—¿Hola? —dijo una mujer, fresca, despreocupada.

Mi estómago se contrajo.

—¿Quién habla? —pregunté, tratando de sonar serena, aunque un mal presentimiento me oprimía el pecho.

La risa de la mujer fue ligera, casi burlona.

—Soy la novia de Scott. ¿Quién eres tú?

Me quedé en silencio. Un silencio pesado, helado, que me dejó clavada en el sitio.

La mujer, ajena a mi estado, siguió hablando como si nada:

—Está en la ducha. ¿Quieres dejarle un mensaje?

No hacía falta un mapa para entender dónde estaba parada.

No necesitaba más excusas, ni explicaciones.

Scott, el hombre al que había defendido una y otra vez, el hombre que había prometido esperarme mientras construía mi vida aquí... me había traicionado.

La rabia me golpeó primero. Después vino la tristeza, como una marea que lo arrasó todo.

—No, gracias —susurré, colgando antes de que la desconocida pudiera seguir hablando.

Me quedé mirando el techo, incapaz de llorar.

Era extraño: había soñado tantas veces con esta escena, había temido tantas veces esta llamada, que ahora que estaba sucediendo de verdad, me sentía vacía.

Una parte de mí ya sabía que Scott no era el mismo.

Quizá nunca lo fue.

Me abracé a mí misma, buscando algo de calor en medio de la fría soledad.

Tal vez Dylan Richard había tenido razón, después de todo.

No tenía a nadie que pudiera reclamarme.

Estaba sola.

Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo, supe que no debía seguir aferrándome a lo que ya estaba roto.

***

Dormí poco esa noche.

O quizá sería más exacto decir que no dormí en absoluto.

Daba vueltas en la cama, repasando una y otra vez la llamada, la voz de aquella mujer, la indiferencia de Scott... y finalmente, el vacío brutal que me había dejado.

A las seis de la mañana, cuando el cielo apenas comenzaba a aclararse, tomé una decisión.

Ya no podía seguir esperando a alguien que no pensaba en mí.

Ya no podía seguir postergando mi vida por sueños que otros habían destruido.

Encendí el teléfono —lo había apagado anoche para no enfrentarme a mensajes de disculpas o explicaciones inútiles— y abrí la última conversación que tenía con Dylan Richard.

Su mensaje seguía allí, esperándome, tan arrogante y seguro como él:

"No tienes que decidir ahora, Rivas. Pero si aceptas, sabes dónde encontrarme."

Tragué saliva.

Mis dedos temblaban un poco mientras escribía la respuesta.

"Acepto. Hablemos hoy."

Presioné enviar antes de arrepentirme.

No pasó ni un minuto antes de que el teléfono sonara.

Era Dylan.

Inspiré hondo y contesté.

—Vaya —su voz sonaba divertida, incluso a esa hora—. No esperaba tu respuesta tan temprano, Rivas. ¿Te traicionaron los nervios? ¿O simplemente te diste cuenta de que no puedes resistirte a mí?

Rodé los ojos, aunque sabía que no podía verlo.

—No es por ti —dije, con un tono más frío del que pretendía—. Es por mí. Necesito este trato. Así de simple.

Hubo un breve silencio del otro lado, como si Dylan estuviera calibrando mi estado de ánimo.

—Perfecto —dijo al fin, más serio—. Nos vemos a las nueve en mi oficina. Y, Rivas...

—¿Qué?

—No llegues tarde. Esta vez, estás jugando en mi cancha.

Colgó antes de que pudiera contestar.

Suspiré, apoyando la frente contra la almohada.

No sabía exactamente en qué me estaba metiendo.

Pero de algo estaba segura:

Esta vez, lo haría a mi manera.

Ya no era la misma chica ilusa que creía en promesas vacías.

Era Luciana Rivas.

Y estaba lista para fingir estar comprometida con Dylan Richard... aunque eso significara poner en juego algo mucho más peligroso que mi carrera.

Mi corazón.

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