POV Luciana
Mientras mi mente seguía en blanco después de escuchar aquellas palabras, vi cómo mi jefe movía las manos frente a mí y su rostro comenzaba a fruncirse. Entonces decidí hablar: —Ja... creo que no lo oí bien, señor. ¿Qué acaba de pedirme? —Lo que escuchó, señorita Rivas. Necesito que se case conmigo... bueno, no casarnos realmente. Hacerles creer a todos que estamos comprometidos, y luego, una vez que tome la presidencia, romperemos el compromiso. Vi en su rostro que no había ni un rastro de duda en lo que me estaba pidiendo, y fue entonces cuando una risa histérica, sin gracia, escapó de mis labios. —Ja... ja... ja... señor Richard, veo que hoy sí que se levantó de muy buen humor. —Estoy hablando en serio, señorita Rivas. —Guardé silencio y él agregó—: Lleva trabajando para mí los últimos cinco años. No tiene vida personal, ni novio, ni vicios. Es de perfil bajo, muy discreta... Eso me gusta, y es justamente por eso que ha sabido mantenerse a mi lado. No quiero una relación seria, y por eso le propongo esto a usted. —Yo sí tengo novio, señor Richard... —¿Sí? Ah... sí. Kevin. —Scott. —El abogado que nunca está aquí. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio? ¿Hace seis meses? ¿Siete? —Siete... pero aun así es mi novio. No ha podido venir por temas laborales, pero... —No le pedí explicaciones, señorita Rivas. Su vida privada puede mantenerse así. Incluso si ese tal Scott es su novio, no interfiere con mis planes. La ve tan pocas veces al año que para su próxima visita nuestro contrato ya estará terminado. —Señor Richard, se está sobrepasando. Mire, aun si él no viniera, usted es una figura pública. Nuestro compromiso, planes de boda, o como quiera llamarlo, aparecería publicado en todas las revistas. —En ese caso, usted saldría beneficiada. Estoy seguro de que su novio se tomaría el tiempo de venir al ver que otro hombre la pretende. —Sonrió de una manera que me hizo fruncir el ceño. Estaba a punto de mandarlo al demonio cuando añadió—: Señorita Rivas, me conoce desde hace años. Sabe que no le pediría esto si el destino de mi empresa no estuviera en riesgo. ¿Qué cree que pasaría si mi primo toma el mando? —Para empezar, me despediría... —Yo diría que a ambos. Recuerde que nunca le cayó bien. —Eso fue por su culpa... —No importará. Si yo me voy, todo por lo que usted ha trabajado también desaparecerá. Además, no le pido esto como un favor... Yo podría pagarle. Sé que su sueño es convertirse en abogada. Podría costearle la escuela de leyes. —Espere un momento... Aun si acepto, ¿qué pasará si no gana? ¿Aun así cumplirá su palabra? —Por supuesto. Jamás rompo una promesa. Y para que no haya dudas, dejaremos todo por escrito. Sabe que me gusta hacer las cosas de manera profesional. —¿Y solo sería hasta que tome la presidencia? —Así es... tres meses, a lo mucho. —Déjemelo pensar y... —Tiene hasta mañana en la mañana. Lo vi levantarse para volver a su escritorio, dando por terminada la conversación. —¿Por qué hasta mañana? —Mañana llegan mis padres de Italia. Les dije que tenía algo importante que anunciarles. —Pero aún no he dicho que sí... —Lo sé, pero lo hará. Ahora, vuelva a su trabajo y comuníqueme con el abogado Choi. Debo finiquitar algunos asuntos. Sin más, se puso serio y, en cuanto salí de la oficina, mi mente no dejaba de dar vueltas a su propuesta. Tenía razón. Si su primo tomaba la presidencia, todo mi esfuerzo de estos años se iría al caño. Llevaba cinco años trabajando para Dylan Richard y, en ese tiempo, había renunciado —o intentado renunciar— al menos seis veces por año. Pero las cuentas siempre me hacían regresar. A pesar de lo gruñón, estricto y quisquilloso que era, Dylan también era generoso. Cuando Scott todavía vivía aquí y tuve que apoyarlo, mi jefe —al enterarse, no por mí, sino por los chismes de las demás secretarias— me aumentó el sueldo y cubrió parte de mis viáticos. Debo reconocer que, si sabes manejarlo, puede ser un hombre amable... aunque eso mismo lo hace aún más peligroso para las mujeres. Durante estos años, incontables modelos, actrices e incluso herederas habían pasado por su cama. Dylan Richard era un libertino, y su reputación de donjuán lo precedía. No entendía cómo tantas mujeres seguían cayendo en su encanto. Sí, era atractivo y rico, pero aun así... era evidente que no era del tipo que se compromete. Al ver pasar al abogado Choi frente a mi escritorio, lo saludé con una sonrisa antes de volver rápidamente a mi trabajo. Sabía muy bien que a mi jefe no le gustaban las distracciones. **Narrador omnisciente** Cuando el abogado ingresó a la oficina de Dylan, lo saludó como siempre y, tomando asiento, habló: —Muy bien, Dylan... ¿para qué me mandaste a llamar? Tu secretaria mencionó "asuntos pendientes", pero... que yo recuerde, ya tenemos todo finiquitado... —Alex, siéntate. No te llamé por algo relacionado con la empresa. Esta vez es algo personal. Necesito que redactes un acuerdo matrimonial. —¿Acuerdo matrimonial? ¿Para quién? ¿Para ti? —La sonrisa del abogado fue irónica, pero, al ver la seriedad de su amigo, se enderezó en su silla—. ¿En serio vas a hacerlo? —¿Qué otra opción tengo? Tú mismo escuchaste a mi abuelo. Si no me caso, la presidencia pasará a manos de Max. No trabajé tantos años para ver cómo todo se va al demonio por culpa de ese idiota. —Espera, Dylan... Entiendo lo que dices, pero... ¿casarte? Tú no estás hecho para eso. Ninguna mujer de nuestro círculo aceptaría. Tu reputación lo arruina todo. —Por eso me comprometeré con alguien fuera de nuestro círculo. —¿Ah, sí? ¿Y quién es la desafortunada? —La señorita Rivas. —¿Ella? —El abogado abrió mucho los ojos, incrédulo—. ¿No estaba saliendo con su novio? —El tipo se mudó a Nueva York. Trabaja en un bufete de abogados. Por lo que sé, siguen "juntos", pero hace meses que no se ven... y francamente, no me importa. Solo necesito que acepte el trato. No planeo casarme de verdad. —Ya sabía yo que había truco. —Alex sonrió. —Obvio. No nací para el matrimonio, y tú lo sabes mejor que nadie. —Ya entendí, Romeo. Pero cuéntame... ¿qué te dijo tu Julieta cuando le propusiste matrimonio? Dylan frunció el ceño, molesto por la burla de su amigo. —Ella me conoce tan bien como tú. Sabe que jamás tendría una relación seria. Por eso fui directo: le dije la verdad. —Le dijiste que lo hacías por la empresa. Qué romántico... —No necesito fingir con ella. Además, confío en la señorita Rivas. Lleva cinco años trabajando para mí. Es dedicada, obediente, discreta. Conoce todo mi pasado y, créeme, jamás se fijaría en mí. Ella todavía cree en los cuentos de hadas. No sé por qué sigue aferrada a ese novio suyo. —Eso es lo que me deja dudas. ¿Por qué aceptaría si sigue en una relación? —Todavía no acepta, pero sé que lo hará. Le ofrecí pagarle la escuela de leyes a cambio de su ayuda. Por eso te llamé: necesito que redactes el contrato. —No te preocupes. Me encargaré. Pero... ¿estás seguro de que aceptará? —Confía en mí, Alex. Conozco a la señorita Rivas mejor de lo que ella misma se conoce. No podrá rechazar esta oportunidad. —Así que... vas a comprometerte con la señorita Rivas...