La despedida fue cordial, casi teatral. Dylan y Luciana agradecieron a Victoria su esfuerzo y hospitalidad, sonriendo y prometiendo "pensarlo todo con calma". Solo cuando subieron al auto, dejando atrás la mansión y el mundo que Victoria había construido para ellos, pudieron respirar de verdad.
El silencio se mantuvo unos minutos. Dylan manejaba con el ceño ligeramente fruncido, concentrado en la carretera. Luciana, más relajada, miraba por la ventanilla hasta que, incapaz de contenerse, soltó en tono de broma:
—Dios... tu madre sí que es una mujer de armas tomar —comentó riendo suavemente—. No entiendo cómo no te ha casado antes, con ese temple. —Le lanzó una mirada divertida—. Por suerte no hay de qué preocuparse... Solo falta un mes y medio y el contrato estará roto y no tendremos que seguir con la boda.
Dylan apretó el volante con más fuerza de la necesaria. La sonrisa que había empezado a formarse en su rostro se borró por completo. Una sombra de molestia cruzó sus ojos y su m