Dylan apenas vio el nombre de Luciana en su pantalla, contestó de inmediato, saliendo discretamente de la sala de juntas en la que estaba. Al escuchar su voz quebrada, el corazón le dio un vuelco.
—Estoy en la mansión de tu madre... Dylan, no puedo más —susurró ella, con un hilo de voz—. Hay banquetes, vinos, invitaciones... ya hablan de doscientas personas... prensa... listas de invitados... —soltó casi sin respirar.
Dylan apretó la mandíbula. Sabía que su madre podía ser intensa, pero no se imaginaba que llegaría a este nivel.
—Tranquila, cielo. Escúchame —dijo, en el tono bajo y protector que solo usaba con ella—. Respira, ¿sí? No estás sola.
—La escuchó inhalar temblorosamente del otro lado—. Solo unos minutos más... voy para allá.
Luciana, algo más tranquila al oír su promesa, asintió aunque él no podía verla.
—Está bien —susurró.
—Te veo en unos minutos —repitió Dylan, más para sí mismo que para ella, antes de cortar la llamada.
Se apoyó un instante contra la pared del p