El amanecer llegó sin que yo pegara un ojo. La mansión entera se sentía como una trampa de acero, fría y sofocante, y el silencio que reinaba solo era roto por los pasos de los hombres de Luca, siempre armados, siempre atentos. Afuera, la quietud que sigue a las tormentas, se filtraba por cada agujero donde las balas de la noche anterior habían entrado. Los muros agujereados eran cicatrices de lo que sucedió. Eso no tardaría nada en repararse, pero el recuerdo seguiría. Este ataque dejó más heridos y muertos que el anterior. Fue agresivo, despiadado.
Mientras me encontraba encerrada en mi habitación, huyendo de la realidad. Sentí como sonó mi teléfono. No era Luca, ni Marco, ni ninguno de mis pocos contactos. El número era del hospital, donde había dejando mi teléfono como número de contacto para cualquier situación con respecto a Clara.
Sentí cómo las piernas me flaqueaban al escuchar la voz de la enfermera que me decía con calma que Clara había despertado. Apenas pude respirar, ap