El camino de regreso a la mansión transcurrió en un silencio pesado. La oscuridad de la noche parecía más densa, como si todo lo que había ocurrido en aquel lugar se hubiera pegado a mi piel, persiguiéndome incluso dentro del auto. Mis manos estaban entrelazadas sobre mi regazo, quietas, pero mi mente era un torbellino imposible de callar.
Al llegar, Luca me sujetó de la mano justo antes de entrar. Sus dedos fuertes envolvieron los míos, deteniéndome.
—¿Estás bien? —me preguntó, mirándome con esa intensidad que me obligaba a ser sincera.
Tragué saliva, sorprendida por mis propias palabras.
—Sí. Extrañamente… no me siento mal por lo que pedí. Me siento aliviada.
Su expresión no cambió, pero sus ojos parecieron oscurecerse aún más.
—Más te vale conservar esa fortaleza, porque los D’Arienzo no se quedarán quietos. Buscarán venganza, y quizá estemos a las puertas de una guerra.
Lo miré directamente, sin pestañear.
—Entonces estoy lista.
Un leve gesto de satisfacción curvó sus lab