Regresé a mi habitación con el corazón latiendo tan fuerte que sentía que iba a romperme las costillas. Había pasado frente al despacho de Luca, y detrás de esa puerta cerrada él seguía con Bianca. No necesitaba ser adivina para imaginar la escena: ella inclinándose hacia él, susurrándole algo venenoso al oído, quizás sus labios rozando los suyos. O peor, algo más íntimo. La sola idea me contrajo el estómago como si alguien lo estuviera apretando con un puño.
Me odié por pensar en eso, por sentir esos celos absurdos. No tenía derecho. Yo no era su mujer, no era su amante. Yo solo era… un medio para un fin. El vientre que él había elegido para su heredero. Pero en ese instante no importaba. Francesca estaba muerta, y yo había prometido que su sangre no caería en el olvido. Tenía que enfocarme en eso, no en lo que Luca hacía o dejaba de hacer con Bianca.
Cerré la puerta de mi habitación y me dejé caer en la cama. Me desabroché lentamente la blusa y me deslicé fuera de la falda, pensando