Los días siguientes pasaron con un extraño ritmo que me incomodaba más de lo que quería admitir. No porque hubiera silencio o calma en la mansión, sino porque la calma era aparente, casi engañosa, como el filo de un cuchillo antes de cortar. Bianca había comenzado a aparecer demasiado seguido, como si la mansión Moretti fuera una extensión natural de su territorio. Y lo peor no era verla caminar por los pasillos con su vestido ajustado y su sonrisa venenosa, sino el hecho de que pasaba horas encerrada en el despacho con Luca. Horas. A veces salían juntos y él llevaba ese gesto indescifrable en el rostro que me carcomía por dentro.
No decía nada. No quería darle a Luca el placer de reírse de mis celos, porque sabía que lo haría, que se regodearía como la última vez. Pero por dentro la rabia me ardía, me recorría como veneno, y me hacía desear poder arrancarle esa sonrisa a Bianca de un solo golpe.
Quizás por eso me concentré en lo único que sí podía controlar: mi cuerpo. Revisaba mi ca