El aire de la noche estaba impregnado con ese olor metálico, mezcla de humo y gasolina. Yo sabía bien lo que significaba, después de todo esta había sido también parte del plan. No solo Greco debía desaparecer, sino todo rastro de él y su amenaza.
Desde la ventanilla del auto, mis ojos se clavaban en la silueta de la mansión de Greco. Oscura, amenazante… hasta que, como un monstruo devorado por su propio infierno, estalló en llamas. El rugido de la explosión sacudió la tierra bajo mis pies y el cristal del coche vibró, pero yo no pestañeé. Me quedé mirando cómo las llamas se elevaban hacia el cielo, teñidas de naranja y rojo, como si quisieran alcanzar las estrellas para devorarlas también.
Sabía lo que estaba pasando dentro. Los hombres de Luca habían irrumpido siguiendo al detalle el plan. Eran sombras letales entre pasillos y muros, ejecutando a sangre fría a todo aquel que osara llevar el sello de Greco en el pecho. No tuve que verlo para saberlo. Lo imaginé, lo sentí en mis hue