La mansión estaba en silencio, pero era un silencio falso, como el de un animal que contiene la respiración antes de atacar. Cada sombra me parecía un testigo de lo que había hecho, cada paso resonaba demasiado fuerte, como si la casa quisiera delatarme. Crucé el pasillo con la sensación de que mis piernas iban a quebrarse, pero mi corazón ardía con una determinación que no me reconocía.
Encontré a Luca aún en el despacho. No dormía desde hacía días; su rostro estaba demacrado, con la barba crecida y los ojos enrojecidos. Había vasos rotos en el suelo, papeles arrugados, botellas de whisky abiertas a la mitad. Él estaba de pie, con los puños apoyados en el escritorio, como si necesitara contener la furia para no derrumbarse.
—Aria —su voz salió ronca, seca, apenas un hilo—. ¿Dónde estabas?
Tragué saliva. No podía seguir ocultándolo. Si quería que él sobreviviera, si quería que Gabriel y Valentina tuvieran un futuro, necesitaba decirle la verdad.
—Tengo que hablar contigo —dije, ac