Cuando colgué, mis manos temblaban tanto que me costaba sostener el teléfono. No podía quedarme quieta. Necesitaba verlo, tocarlo, comprobar con mis propios ojos que el video no era un truco, que mi pequeño estaba realmente a salvo. El vacío dentro de mí exigía pruebas palpables.
Hice lo que jamás hubiese imaginado: le pedí a Greco que me dejara verlo en persona. No supe si fue valentía o locura. No quise que Luca lo supiera; no podía soportar la idea de que él se lanzara como un toro a la boca del lobo sin estrategia ni razón. Por eso tenía que escabullirme sin que me notaran. Después de años viviendo aquí sé cómo y cuándo poder salir sin ser notada, más ahora que Luca tiene gran parte de sus hombres en el hospital custodiando a Valentina.
Cuando Greco me avisó que había enviado a recogerme, y Luca estaba encerrado en su despacho dando órdenes, aproveché. Salí por la puerta trasera de la mansión con el abrigo echado, la noche cortando la piel. El aire estaba frío y el viento parec