La mansión de la ciudad nos recibió con su imponente fachada, tan distinta al murmullo sereno de las olas que había marcado nuestras semanas en la villa costera. A pesar de que la última vez que la vi era solo los escombros que preceden a la feroz batalla, ahora resplandecía igual que como la recordaba. El trabajo de reconstrucción fue excelente, ni siquiera se puede decir que fue destruida hasta los cimientos.
La ciudad era como entrar de nuevo a un mundo distinto: el ruido de los autos en la avenida, los hombres de Luca yendo y viniendo con rostros tensos, el aire cargado de poder y peligro. Y aun así, mientras subía las escaleras con mi hija dormida en brazos, sentí algo distinto: no miedo, no agotamiento, sino la certeza de que podía con todo. Ya no era la misma mujer rota que alguna vez creyó que la oscuridad la consumiría; ahora era madre, guerrera, compañera de un hombre al que amaba y que había jurado protegernos a toda costa.
Los días se sucedieron como un torbellino. Luca r