El calendario se había convertido en mi mayor enemigo. Cada día marcado con tinta parecía burlarse de mi paciencia, acercándome paso a paso a ese momento que me aterraba tanto como me ilusionaba. Estaba en el último mes de embarazo, y cada movimiento de mi hija dentro de mí me recordaba que el tiempo de espera estaba por terminar.
Las noches eran las más difíciles. El insomnio se mezclaba con los pensamientos que no me dejaban en paz. Me acomodaba de un lado a otro en la cama enorme, con el cuerpo pesado y los nervios a flor de piel, y sentía la respiración tranquila de Luca a mi lado. A veces lo observaba dormir, con esa serenidad que contrastaba con el mundo salvaje que lo rodeaba. Otras, lo encontraba despierto, de pie frente a los ventanales, con un vaso de whisky en la mano y la mirada fija en el horizonte, como si allí pudiera ver el futuro que tanto deseaba recuperar.
Lo amaba. Lo amaba con una intensidad que dolía, que me atravesaba el pecho cada vez que pensaba en lo fácil qu