La madrugada estaba teñida de un silencio extraño. No era el silencio habitual de la mansión protegida, ese en el que el murmullo lejano de los guardias y el susurro del viento entre los árboles se mezclaban con la seguridad de estar vigilados. Este silencio era más pesado, más denso, como si el aire mismo contuviera la respiración a la espera de algo inevitable.
Me removí inquieta en la cama, una punzada en la espalda recordándome que el embarazo estaba en su recta final. La luna filtraba su luz pálida por los ventanales, iluminando apenas la figura de Luca, que se había levantado hacía unos minutos. Estaba en la terraza privada, un vaso de whisky en la mano, la mirada perdida en la oscuridad. Era un hábito que había retomado últimamente, y aunque no me lo decía, sabía que era porque la tensión volvía a estrecharle el pecho.
Fue entonces cuando lo escuché. Un sonido metálico, seco, que no pertenecía a la rutina de la mansión. Me incorporé lentamente, el corazón golpeando fuerte contr