La mañana se filtraba apenas entre las cortinas cuando sentí algo tibio y suave posarse sobre mi piel. No era el roce del sol ni la brisa del alba: era un beso. Un beso delicado en mi frente, como un soplo de vida que me arrancó de los sueños. Abrí los ojos lentamente, y allí estaba él.
Luca.
Su silueta era lo primero que reconocí, esa presencia imponente que llenaba cualquier espacio. Su rostro estaba inclinado hacia mí, y sus ojos, tan oscuros y profundos como siempre, me observaban con una intensidad que me hizo olvidar cómo respirar.
—Luca… —su nombre salió de mis labios entrecortado, quebrado por la incredulidad y el alivio.
De inmediato las lágrimas me inundaron, imparables, como si hubieran estado esperando ese instante para escapar. Me lancé a sus brazos con una urgencia que me dolió en el pecho. Lo rodeé con fuerza, hundiendo mi rostro en su cuello, respirando el olor a madera, cuero y a ese hombre que siempre había sido mi refugio.
Mis sollozos eran incontrolables, pero él n