Eliza Yo habría muerto por ellos; por mi esposo y mi hijo. Pero cuando me estaba ahogando, ni siquiera parpadearon. Les entregué todo: mi corazón, mi tiempo y mi vida. Aun así, no fui suficiente. —¿Quieres ser mi mamá? —Le preguntó mi hijo a la amante de su padre, justo frente a mí. —No seas tan egoísta, Eliza —me dijo mi esposo—. Deberías agradecer que alguien siquiera se casó contigo. Me rompieron. Pero no permanecí rota. Me fui, llevándome solo una promesa: construir algo por y para mí. Lo que nunca esperé fue a Luciano Caballero, el soltero multimillonario que todas deseaban... de rodillas, susurrando. —Cásate conmigo, Eliza. Te he esperado toda mi vida. Dejé atrás la traición, pero jamás imaginé que el amor pudiera sentirse tan bien... o ser tan deliciosamente dulce.
Leer másElizaCerré los ojos en el momento en que las manos de Luciano volvieron a rozar mi piel. Me gustaría decir que estaba relajada, pero la verdad era otra: estaba tensa por todas las razones equivocadas, y también por todas las correctas.Sus dedos se movían por mi espalda con movimientos lentos y expertos; palmas cálidas, presión segura. Subían por mis omóplatos y bajaban por la curva de mi columna, cada pasada hacía que el calor se extendiera por todo mi cuerpo, como si encendiera pequeños fósforos sobre mi piel.Y allí estaba yo, acostada debajo de él, con la toalla aferrada a mis caderas y mordiendo mi labio inferior como si pudiera masticar la tensión.Por la forma en que me tocaba… como si mi cuerpo fuera un mapa que ya conocía, pero que aún quería explorar, cada roce parecía intencionado, y a la vez, provocador. Y ni hablemos de mi corazón, latía tan fuerte que parecía hacer vibrar la camilla de masaje.Entonces llegó a mi cintura.Se detuvo y se inclinó un poco, lo suficiente par
ElizaElla entró, colocó la bandeja sobre la mesita y me miró con las cejas levantadas.—Solo quiero recordarte —dijo—, que tienes una cita para un masaje esta noche.—¡Oh! —Sonreí—. Lo había olvidado por completo.Ella inclinó la cabeza. —¿Quieres las frutas antes del masaje?Miré a Luciano, luego la fruta.—Hmm... no. Primero el masaje, no tentemos al diablo. Ya me siento como gelatina.Y con eso, me preparé para la siguiente ronda de tensión incómoda envuelta en aceite y manos que amasaban.Porque, en serio… ¿qué podría salir mal?Le dije a Sara que siguiera y preparara todo, que estaría lista en un momento. En cuanto la puerta se cerró detrás de ella, me di vuelta y empecé a prepararme, mental y físicamente.Fue entonces cuando Luciano habló, estaba recostado como un hombre que no tenía idea de que con solo existir me estaba matando lentamente.—Por cierto —dijo casualmente—, este fin de semana iremos juntos al gimnasio, como te prometí.Parpadeé, entusiasmada. —¿En serio?Asintió
Eliza—¿Estás bien? —Preguntó Luciano por enésima vez mientras nos llevaba a casa, con una mano en el volante y la otra apoyada suavemente en mi muslo, como si temiera que me elevara si la soltaba.Asentí una vez más, pero ese gesto se sintió como una mentira.—No sé —murmuré al fin, mirando por la ventana como si estuviera en un drama barato de Netflix—. No dejo de pensar en Valeria.No dijo nada de inmediato, solo siguió conduciendo mientras las luces de la ciudad pasaban junto a nosotros como destellos suaves. Luego habló. —Hiciste tu parte, Eliza. Ella está en el hospital y va a vivir, gracias a ti. Pudo haber sido peor, pudo haber muerto. No lo olvides.Y tenía razón. Dios me ayudara, tenía razón. Yo había hecho mi parte, le advertí, intenté detenerla. No solo la vi entrar en esa trampa, le extendí la mano, aunque ella me mordió en el proceso.Ahora solo esperaba que se recuperara por completo... y nunca más tener que ver su cara.Al llegar a casa, sentí que había entrado a otro
ElizaNo me di cuenta de que me había inclinado hacia adelante, con la mano apretada sobre mi boca y los ojos ardiendo.Mi corazón latía tan rápido que dolía.Eso no solo fue agresión, fue salvajismo.Había dientes en el suelo. Cuatro, más o menos.No se necesitaba una inspección para saber que eran de Valeria. Simplemente lo sabía. La sangre que salía de su boca bastó para marearme, pero no fue suficiente para detenerlos, no fue suficiente para hacer que pausaran.Dos de los hombres le habían metido sus miembros en la boca al mismo tiempo. Y uno de ellos… era Jason.Sentí que la bilis me subía por la garganta.Jason parecía satisfecho, como si solo fuera otra noche más. Sin vergüenza o vacilación. Solo maldad… fría y precisa.Valeria se estaba ahogando, su cuerpo se sacudía colgado en el aire. La sangre brotaba de sus labios, mezclada con saliva y algo más que no supe nombrar. Nunca había visto nada tan monstruoso en mi vida.Mis manos temblaban, mis pulmones ardían.Eso no era solo c
ElizaEntrecerré los ojos y una sonrisa burlona curvó mis labios.—No, Luciano. Quiero decir… ¿qué te gusta en una mujer? O sea, ¿cuál es tu tipo? ¿Rellena? ¿Talla 8? ¿Alta con cuello de jirafa?Él apenas me dejó terminar. —Eliza. Me atraes, Eliza.Solté una risita.—Vale, entiendo, Eliza es tu código para rellena...—No —me interrumpió, más serio ahora—. No entiendes.Alcé una ceja, todavía divertida. —Entonces, ilumíname por favor. La corte escucha.Extendió la mano y me acarició la cara suavemente, sus pulgares rozaron mis mejillas como si estuviera hecha de algo delicado.—Si por alguna razón —empezó— te convirtieras en una talla 8, o realmente gorda, alta, o baja, o cualquier forma que la vida te depare… no cambiaría nada. No te amo por tu aspecto, te amo por ser tú. Eres mi ideal, Eliza. Eres lo que quiero. Y nada, nada, podrá cambiarlo jamás.Mi sonrisa se desvaneció lentamente. Lo miré en silencio, tratando de averiguar si hablaba en serio.—Si esto es una broma —susurré, con l
Eliza—¡Entré en pánico! —Exclamé.Para cuando terminamos la tercera canción, estábamos doblados y con lágrimas en los ojos por reírnos tanto. Me desplomé en el sofá, sin aliento.—Eso fue lo más divertido que he hecho, mientras hacía el ridículo, en muchísimo tiempo —dije.Luciano alzó su copa de vino y la chocó con la mía. —De nada, señora Caballero.Unos minutos después de haber destrozado canciones de amor y casi reírnos hasta perder el sentido, Luciano hizo algo inesperado, se acercó al sistema de sonido, recorrió la lista de reproducción y puso una melodía lenta y romántica que hizo que toda la habitación pareciera haber inhalado pétalos de rosa.Luego se volvió hacia mí, extendió la mano y con rostro serio, me pidió. —¿Me concedes este baile?Sonreí y puse mi mano en la suya. —Claro que sí.Nos pusimos de pie y, antes de que pudiera dar un paso adecuado, su brazo rodeó mi cintura como si estuviera hecho para esa posición exacta. Lo miré y le di una media disculpa.—Para que sepa
Último capítulo