ElizaNo sabía qué decir, y una parte de mí quería rechazar la bolsa que Luciano me entregaba, no por ingratitud, sino porque todo comenzaba a sentirse un poco… irreal.Esa noche ya había hecho mucho por mí, y francamente, empezaba a asustarme. Nadie me había tratado así, era el tipo de cosas que ves en los dramas románticos, esos donde la chica es arrebatada por un desconocido atractivo y misterioso. Pero yo no era esa chica, ni siquiera estaba cerca de serlo.Él estaba ahí, con el brazo extendido, esperando pacientemente, y yo temblaba incluso con la calefacción encendida. El frío obstinado no venía solo de la lluvia, era de la vida. Era ese tipo de frío que se arrastra al alma y se niega a irse.Pero en el momento en que vi la mano de Luciano, aún sosteniendo la bolsa sin retroceder, sentí culpa. No me presionaba, no lo hacía para impresionarme, simplemente… era amable. Y eso me desconcertó más que cualquier otra cosa.Con una sonrisa débil, alcancé la bolsa.—Muchas gracias, Lucian
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