Eliza
Cuando terminaron de colocar los platos sobre la mesa, mi cerebro ya había entrado en corto circuito con un único pensamiento: Comer, ahora.
Y eso fue exactamente lo que hice, comencé a devorar como alguien que no ha probado bocado en semanas.
Olvidé todo: el intento de ser elegante, que Luciano me estuviera observando, y el dolor por todas esas veces que Alex me había dicho que “comiera menos en público”.
No fue hasta que escuché la puerta cerrarse y me di cuenta de que no estaba sola, que caí en cuenta de ello, por lo que me detuve a medio bocado, mis ojos se posaron en Luciano, aunque yo ya tenía comida en la boca y ambas mejillas llenas, él no había tocado su plato.
Me estaba observando.
No con juicio. Solo… me observaba.
Tragué lo que tenía en la boca, algo que no fue nada fácil, pues me la había llenado como una ardilla.
Tres platos vacíos estaban frente a mí.
Y entonces, porque el universo parecía odiarme, eructé.
No fue un eructo pequeño, ni refinado, fue un eructo fuerte