Eliza
—¿Estás bien? —Preguntó Luciano por enésima vez mientras nos llevaba a casa, con una mano en el volante y la otra apoyada suavemente en mi muslo, como si temiera que me elevara si la soltaba.
Asentí una vez más, pero ese gesto se sintió como una mentira.
—No sé —murmuré al fin, mirando por la ventana como si estuviera en un drama barato de Netflix—. No dejo de pensar en Valeria.
No dijo nada de inmediato, solo siguió conduciendo mientras las luces de la ciudad pasaban junto a nosotros como destellos suaves.
Luego habló. —Hiciste tu parte, Eliza. Ella está en el hospital y va a vivir, gracias a ti. Pudo haber sido peor, pudo haber muerto. No lo olvides.
Y tenía razón. Dios me ayudara, tenía razón. Yo había hecho mi parte, le advertí, intenté detenerla. No solo la vi entrar en esa trampa, le extendí la mano, aunque ella me mordió en el proceso.
Ahora solo esperaba que se recuperara por completo... y nunca más tener que ver su cara.
Al llegar a casa, sentí que había entrado a otro