Eliza
Ella entró, colocó la bandeja sobre la mesita y me miró con las cejas levantadas.
—Solo quiero recordarte —dijo—, que tienes una cita para un masaje esta noche.
—¡Oh! —Sonreí—. Lo había olvidado por completo.
Ella inclinó la cabeza. —¿Quieres las frutas antes del masaje?
Miré a Luciano, luego la fruta.
—Hmm... no. Primero el masaje, no tentemos al diablo. Ya me siento como gelatina.
Y con eso, me preparé para la siguiente ronda de tensión incómoda envuelta en aceite y manos que amasaban.
Porque, en serio… ¿qué podría salir mal?
Le dije a Sara que siguiera y preparara todo, que estaría lista en un momento. En cuanto la puerta se cerró detrás de ella, me di vuelta y empecé a prepararme, mental y físicamente.
Fue entonces cuando Luciano habló, estaba recostado como un hombre que no tenía idea de que con solo existir me estaba matando lentamente.
—Por cierto —dijo casualmente—, este fin de semana iremos juntos al gimnasio, como te prometí.
Parpadeé, entusiasmada. —¿En serio?
Asintió