Eliza
El señor irresistible me tomó la mano con tanta fuerza, con tanta naturalidad, que era difícil no creerle. Si alguien nos hubiera visto en ese momento, habría jurado que éramos una pareja, de las de verdad, de esas que pasan las mañanas de domingo enredados entre las sábanas y discuten sobre de dónde pedir la comida para llevar.
Mi corazón latía, pero no por el frío, sino por algo más cálido, algo que hacía que los vellos de mi piel se pusieran de punta, a pesar de la chaqueta que me protegía de la lluvia.
Y cuando digo “protegía”, me refiero a que aún conservaba su aroma… caro, sutil y terriblemente atrapante.
Primero, noté las miradas de las mujeres, algunas eran disimuladas, otras no. Sus ojos se deslizaban sobre él como jarabe, incluso las que ya estaban sentadas frente a hombres que probablemente se arrepentían de cada decisión tomada ese día.
El señor irresistible seguía sujetando mi bolso con una mano, como si fuera lo más natural del mundo, y por la forma en que algunas s