Dos meses después.
Del otro lado de la ciudad, una figura conocida descendía del automóvil con una sonrisa satisfecha.
Claudia había regresado.
El sol resaltaba su bronceado reciente y sus costosas gafas de sol cubrían sus ojos, pero no su arrogancia. Caminaba del brazo de su flamante esposo, con la elegancia de quien siente que el mundo le pertenece. La luna de miel había sido corta pero suficiente: no necesitaba amor, necesitaba poder… y ese anillo en su dedo era su mejor arma.
Ese día sabía que vería a Demian.
Y poco le importaba.
Sus tacones resonaban sobre el mármol del pasillo cuando se cruzó con Sofía, quien se detuvo frente a ella sin perder la compostura.
—Felicidades por tu boda —dijo la joven con una voz serena—. Eres oficialmente un miembro de la familia nuevamente.
Claudia frunció los labios, sorprendida. Esperaba una mirada de desprecio, una bofetada de palabras, algún reproche por lo que había hecho. Pero no, lo único que recibió fue una sonrisa tenue y educada antes de