La sala de reuniones estaba cargada de murmullos y tensión apenas contenida. Rolando se sentó con una seguridad fingida, pero su sonrisa era real. Sabía que estaba ganando terreno, y el retraso de Demian era la excusa perfecta.
—Esto es un cuento de nunca acabar —dijo, acomodándose el saco mientras paseaba la mirada por los asistentes—. Demian no se toma en serio su puesto. Media hora de retraso no es solo una falta de respeto, es una burla para esta empresa.
Un murmullo de aprobación se levantó entre los socios.
—Rolando tiene razón —secundó uno de los más antiguos—. Llevamos meses estancados. No hay decisiones claras, ni liderazgo. Estamos en manos de un fantasma.
—Es tiempo de considerar seriamente su destitución —añadió otro, provocando que algunos asintieran, mientras otros intercambiaban miradas dudosas.
El debate se encendió.
Algunos defendían la figura de Demian por respeto a su padre y a los años de sacrificio que había entregado a la empresa. Otros, liderados por Rolando, ve