La cena estaba servida, pero Mariam apenas podía probar bocado. El silencio llenaba la habitación como una neblina espesa. Estaba sola en el comedor, removiendo la comida con el tenedor, tratando de no pensar en el video, en los comentarios crueles que había leído, en Claudia abrazando a su esposo frente a todo el mundo.
La puerta se abrió de pronto, y el sonido de los pasos firmes de Demian rompió la calma tensa. Mariam levantó la vista y lo vio entrar, más guapo que nunca, con el rostro serio, las cejas ligeramente fruncidas.
Él se sentó frente a ella sin decir una palabra.
—Lo que dicen las redes… —empezó él con voz baja.
—No es mi problema —replicó Mariam, cortante, sin mirarlo.
Demian frunció los labios, dolido.
—Pero yo quiero explicarte. No fue lo que pareció.
Ella dejó el tenedor sobre el plato, se levantó con los ojos brillosos.
—Déjalo así, Demian. No tienes que explicarme nada —dijo con la voz quebrada—. Ella todavía te importa. Y eso… eso lo dice todo.
Se giró con la inten