—¿Puedes dejarme pasar? —pregunto, ignorando todo lo que acaba de decir.
—¡No hasta que me digas qué demonios estabas haciendo!
—Bebiendo, drogándome y follando, ahí tienes tu respuesta —la aparto para salir de una maldita vez de allí.
—¡Cómo te atreves a hacerme esto! —exige, siguiéndome los pasos.
—Puedo hacer lo que me dé la gana, así que deja de pedirme jodidas explicaciones, porque no te debo nada.
—¡Me tienes harta hasta la mierda con tu estúpida actitud, Gérard! ¡Llegas todos los malditos días borracho! ¡Ni siquiera convives aquí como deberías! ¡Me dejas sola en este lugar!
—Entonces lárgate a la mierda.
—Claro, eso es lo que quisieras, ¡para traer de vuelta a tu pe’rra aquí! —escupe, y al escuchar esas palabras salir de su boca, siento que la sangre me hierve.
—Retira lo que dijiste de ella —le ordeno, dándome la vuelta para quedar frente a frente.
—No —retruca—. Eso es lo que esa ma’ldita cazafortunas es, y estás tan ciego que no lo ves.
—Retíralo —exijo de nuevo, molesto.
—¡