—Está bien, hija —respondió, aunque no del todo convencida—. Pero en ese caso, ya sabes lo que tienes que hacer. Mantén la puerta abierta.
—Lo sé.
—Muy bien, mi amor —dijo con una sonrisa—. Ve a descansar.
—Buenas noches —me despedí, poniéndome de pie para caminar hacia mi habitación.
En cuanto entré en mi cuarto, me aseguré de dejar la puerta abierta tras de mí. Caminé hasta la cama y me dejé caer sobre ella, agradecida de estar, por fin, allí. Llevé ambas manos a mi rostro, soltando un fuerte suspiro, y antes de dormir decidí darme una ducha.
Al ponerme de pie y mirar la puerta del baño, una horrible sensación me oprimió el pecho. Caminé despacio hasta entrar y, al fijar la vista en la bañera, todo lo ocurrido volvió a mí de golpe.
Yo sumergiéndome en el agua, perdiendo la conciencia… y, finalmente, viendo a Adam y a mamá llorando sobre el suelo por mí.
—Ya pasó, Juliette —me dije, apartando la mirada de ese lugar, para luego entrar a la ducha.
Cuando terminé, me vestí con ropa cómo