Camino por el pasillo oscuro hasta volver a la parte del club donde toda la gente baila o bebe.
Estoy a punto de dirigirme hacia la barra para conseguir algo de alcohol, pero antes de llegar veo a un tipo sosteniendo una botella de whisky en sus manos. Me acerco a él y, sin pensarlo, le arrebato la bebida.
—¡Oye! ¿Qué te pasa, imbécil? —grita, pero calla de golpe cuando saco un fajo de billetes de cien dólares y se lo arrojo al pecho.
No tengo idea de cuánto dinero iba ahí, pero tampoco me importa. Todo lo que quiero es salir de aquí, así que me encamino con prisa hacia la salida en busca de mi auto.
—¿Dónde está mi auto? —pregunto a uno de los guardias en la entrada.
—En un momento el valet se lo traerá, señor —me hace saber.
Entro al vehículo y lo enciendo, saliendo a toda velocidad de allí.
Una vez en la autopista, destapo la botella de whisky que tengo conmigo y, de un solo trago, me la llevo a la boca, permitiéndome sentir el amargo líquido quemando mi garganta.
Con cada sorbo qu