MargotTodo a mi alrededor era un caos. Los médicos, las enfermeras y murmullos de otros pacientes, pero yo... solo veía la puerta cerrada frente a mí. Donde tenían a Ramiro.Mi Ramiro.Mi hombre.Mi único amor…Temblé antes de atreverme a mirar el informe médico, apretándolo con tanta fuerza que el papel se arrugó entre mis dedos.Fractura de cráneo con edema cerebral. Hemorragia interna. Pulmón perforado. Múltiples costillas rotas. Fractura expuesta de fémur. Luxación severa de hombro.Cada palabra era una daga clavándose en mi pecho.Mi garganta se cerró y tuve que recordarme a mí misma que yo no lloraba. No podía llorar. No ahora.Pero Dios… la idea de perderlo…Apreté la mandíbula y me obligué a enderezarme. No podía derrumbarme, no cuando él me necesitaba fuerte.Ya había firmado los papeles para la cirugía de urgencia. Esa era su única oportunidad. Ahora solo me quedaba esperar.Esperar… y hacer la maldita llamada que más temía.Con las manos temblorosas, saqué mi teléfono y
Joaquín El tiempo se había vuelto una tortura.Había pasado una semana desde que Socorro intentó matar a mi esposa y a nuestra hija. Una semana de agonía, de ver su cuerpo inmóvil en la cama del hospital... de esperar que abriera los ojos… y nada.No sabía qué era peor: el dolor de verla así o la desesperación de nuestros niños.Lo más difícil había sido contarles la verdad.FlashbackMe paré frente a ellos en la sala privada del hospital. Amy, Nathan y Samuel me miraban con los ojos llenos de esperanza...Esperaban escuchar que todo estaba bien.Que Cami volvería a casa pronto.Pero no podía mentirles.Tragué saliva y me obligué a hablar.—Ella… sigue dormida —dije con voz ronca—. Los médicos dicen que su cuerpo está luchando, pero que todavía no saben cuándo despertará.El silencio fue lo peor.Amy fue la primera en reaccionar.—Pero va a despertar, ¿verdad? —preguntó con voz temblorosa.No supe qué responder de inmediato.Nathan apretó los puños.—¿Y si no lo hace? —su voz sonaba
Camila El calor sobre mi pecho fue lo primero que sentí.Era un calor suave, delicado, diferente a cualquier otra sensación que hubiera experimentado antes. Algo instintivo en mi interior se aferró a esa calidez, y entonces escuché el sonido más hermoso del mundo: un susurro diminuto, como un suspiro contra mi piel.Mi bebé.Intenté moverme, pero mi cuerpo se sentía pesado, como si no fuera mío. Mis párpados luchaban por abrirse, mis músculos apenas respondían. Todo era oscuridad, pero yo solo quería una cosa: seguir sintiendo a mi bebé.De repente, el calor desapareció.Una corriente de aire frío golpeó mi piel cuando separaron a mi bebé de mi pecho, y el pánico se encendió en mi interior."¡No! ¡No me lo quiten!"Un sonido grutal escapó de mi garganta mientras intentaba levantar los brazos. Algo en mi garganta me estaba ahogando.—¡Camila! —La voz de Joaquín cortó el aire, cargada de desesperación.Sentí una presión en mi mano, cálida y fuerte. Era él. Mi viejito. —Tranquila,
Camila Hoy me dan el alta.¡Al fin!Después de tantas semanas en esta cama, de sentirme atrapada entre las sábanas y el constante pitido de las máquinas, podría volver a casa. A mi hogar. Con mi familia.Miré a mi lado, donde Joaquín dormía en el sillón, con la cabeza apoyada en el reposabrazos y una mano descansando sobre su pecho. Se veía cansado, y no era para menos. Desde que desperté, no se había separado de mí más de lo necesario, solo para traerme a los niños o para pasar tiempo con Ana Clara.Mi niña…Me llevé las manos al vientre casi plano, todavía incrédula de que ya no estaba ahí dentro. Mi pequeña prematura, tan frágil y a la vez tan fuerte.En estos días, todos habíamos sido su fuente de calor… la verdad, nos peleábamos por ser su canguro.Amy, Nathan y Samuel prácticamente peleaban por cargarla, Angélica se había tomado su papel de abuela muy en serio, y Joaquín… bueno, mi viejito no se despegaba de ella.El doctor nos había explicado que, aunque Ana Clara había na
RamiroEl sol brillaba sobre el lago.Las montañas a lo lejos parecían pintadas a mano, y una brisa suave me revolvía el cabello. Tenía los pies metidos en el agua, sentado en la orilla con la caña de pescar floja entre las manos. A mi lado, como si el tiempo no hubiera pasado, estaba él.—Hace años que no veníamos, ¿eh? —dijo mi papá, con la misma sonrisa serena que siempre recordaba—. Aunque claro, tú te habías olvidado de lo bien que se sentía no hacer nada.Solté una risita, ladeando la cabeza para mirarlo.—No me olvidé, solo... no tenía con quién venir.Él bufó, ese sonido de desaprobación fingida que tanto me hacía reír de chico.—Bah. Excusas. Si quieres venir, vienes. Pero no, ahí estás tú, todo el día preocupado por esas dos mujeres que te tienen de rehén.—¿De verdad vamos a hablar de mi mamá y de Margot? —pregunté, con una sonrisa torcida—. Pensé que este era un viaje entre hombres.—¡Eso mismo digo yo! —rió él, sacudiendo la cabeza—. Qué bueno que las dejamos en casa. U
CamilaDespués de tantas semanas de hospital, después de lágrimas, miedo, oraciones y milagros, por fin, ese día había llegado: Ana Clara recibía el alta médica. Nuestro pedacito de cielo, tan pequeñita al nacer, tan fuerte como una guerrera, al fin podía ir a casa.No podía dejar de mirarla, envuelta en esa mantita rosa con la que la enfermera la había dejado lista.Tenía los ojos cerrados, las mejillas regordetas y suaves, y sus diminutas manos se aferraban a la tela como si ya supiera que el mundo podía ser hostil… pero también sabía que ahora estaba a salvo.Mi viejito la levantó de la incubadora, cargando a nuestra hija con esa delicadeza que solo alguien que la ama con toda el alma puede tener.—Mi amor —susurré, acariciando su brazo—. Ya está. Nos vamos a casita.Él asintió sin poder hablar, bajó la cabeza y le dio un beso en la frente a nuestra niña.El doctor Ríos entró junto a Margot, que llevaba una libreta en la mano y una cara de concentración que daba miedo.—Bueno, fam
Joaquín La entrada del hospital psiquiátrico me provocaba una mezcla de escalofrío y desagrado. No por el lugar en sí, sino por lo que nos esperaba adentro. Caminamos en silencio, Samuel y yo, hasta la recepción. Él llevaba los papeles en una carpeta negra bajo el brazo. Su expresión de seriedad que no se veía en ningún adolescente. Tenía la mirada fría, como si se estuviera preparando para entrar al infierno. Porque eso era lo que estábamos a punto de hacer.Una enfermera nos acompañó por un pasillo largo, donde el silencio era pesado y algo denso... como si cada pared susurrara secretos rotos. Samuel caminaba con pasos firmes. Yo iba a su lado, en silencio, dispuesto a intervenir si algo se salía de control.Nos detuvimos frente a una puerta gris, con un pequeño ventanuco enrejado. —Señor, no se la ha medicado desde hace unos días para que esté consciente en la visita, pero apenas se retiren volvemos con el "tratamiento".El "tratamiento" era un código, obviamente no quería e
AmyAmaba las mañanas porque tenía a mi hermanita sola para mí.Ana Clara estaba dormida sobre mi pecho, como todos los días desde que volvió.No podía dejar de admirarla.Era tan chiquita, tan perfecta. Su boquita entreabierta, sus manitas como bolitas de algodón, sus pestañas diminutas… ¿Cómo podía alguien tan pequeño hacerme sentir tantas cosas?Me levanté con cuidado y la dejé con delicadeza en su cuna. Era hermosa, tan parecida a mamá...No me di cuenta de que Samuel había entrado hasta que sentí sus brazos rodearme por la cintura. Apoyó la cabeza en mi hombro con un suspiro suave.—¿Estás bien? —susurré para no despertar a la bebé.—No lo sé —respondió bajito, besando mi mejilla—. Mi mamá… fue horrible. Pero al mismo tiempo… no sé... siento que me liberé de algo.Volteé un poco para mirarlo y noté que sus ojos estaban húmedos. No lloraba, pero se le notaba la tristeza. Le acaricié la mejilla y él cerró los ojos un segundo.—Viniste al mejor lugar para sanar —le dije con una sonr