Ramiro
El sol brillaba sobre el lago.
Las montañas a lo lejos parecían pintadas a mano, y una brisa suave me revolvía el cabello.
Tenía los pies metidos en el agua, sentado en la orilla con la caña de pescar floja entre las manos.
A mi lado, como si el tiempo no hubiera pasado, estaba él.
—Hace años que no veníamos, ¿eh? —dijo mi papá, con la misma sonrisa serena que siempre recordaba—. Aunque claro, tú te habías olvidado de lo bien que se sentía no hacer nada.
Solté una risita, ladeando la cabeza para mirarlo.
—No me olvidé, solo... no tenía con quién venir.
Él bufó, ese sonido de desaprobación fingida que tanto me hacía reír de chico.
—Bah. Excusas. Si quieres venir, vienes. Pero no, ahí estás tú, todo el día preocupado por esas dos mujeres que te tienen de rehén.
—¿De verdad vamos a hablar de mi mamá y de Margot? —pregunté, con una sonrisa torcida—. Pensé que este era un viaje entre hombres.
—¡Eso mismo digo yo! —rió él, sacudiendo la cabeza—. Qué bueno que las dejamos en casa. U