Margot
No entendí en qué maldito momento había permitido esto.
Una semana entera. Una. Semana. Entera. De "vacaciones".
Estaba en una cabaña junto al lago, rodeada de vegetación, silencio... y Ramiro.
Ese detalle era el más complicado de todos.
Me había dejado convencer por la peor combinación posible: una mezcla de súplica, carita de cachorro, y un sermón del señor y la señora Salinas al mismo tiempo.
Y claro, que toda la familia Salinas se hubiera ido del país también ayudó a que me sintiera “prescindible” por unos días.
Lo cual me molestaba más de lo que me gustaba admitir.
“Descansá, Margot.”
“Es solo una semana.”
“Te lo ganaste.”
“Ramiro necesita verte en modo humano.”
Ese último comentario fue de Felipe, por supuesto. Todavía no decidís si matarlo lentamente o solo ignorarlo el resto de mi vida.
Suspiré, sentada en el porche de la cabaña, con una taza de té en una mano y la otra acariciando, con absoluta resignación, la cabeza de Ramiro. Se había quedado dormido sobre mis pie