Camila
Después de tantas semanas de hospital, después de lágrimas, miedo, oraciones y milagros, por fin, ese día había llegado: Ana Clara recibía el alta médica.
Nuestro pedacito de cielo, tan pequeñita al nacer, tan fuerte como una guerrera, al fin podía ir a casa.
No podía dejar de mirarla, envuelta en esa mantita rosa con la que la enfermera la había dejado lista.
Tenía los ojos cerrados, las mejillas regordetas y suaves, y sus diminutas manos se aferraban a la tela como si ya supiera que el mundo podía ser hostil… pero también sabía que ahora estaba a salvo.
Mi viejito la levantó de la incubadora, cargando a nuestra hija con esa delicadeza que solo alguien que la ama con toda el alma puede tener.
—Mi amor —susurré, acariciando su brazo—. Ya está. Nos vamos a casita.
Él asintió sin poder hablar, bajó la cabeza y le dio un beso en la frente a nuestra niña.
El doctor Ríos entró junto a Margot, que llevaba una libreta en la mano y una cara de concentración que daba miedo.
—Bueno, fam