Joaquín
Había aprendido a dominar el silencio.
Estaba sentado en la cabecera de la mesa de juntas, con los dedos entrelazados y la mirada fija en el orador de turno. No necesitaba decir ni una palabra para que todos supieran quién era el que mandaba.
Frente a mí, un hombre de unos cincuenta años sudaba como si lo estuvieran interrogando en la comisaría.
Su socio, un joven que no dejaba de acomodarse la corbata, intentaba manejar la presentación desde su laptop, pero ya iban por la tercera vez que el video no cargaba.
—Señor Salinas —balbuceó el mayor—, como verá en el informe, nuestras cifras de crecimiento superan el diez por ciento en el último trimestre. Una alianza con su empresa no solo sería beneficiosa… sino estratégica para ambos.
—Hmm —respondí, sin cambiar de expresión. Dediqué una mirada rápida a Felipe, que estaba recostado en su silla—. ¿Y qué puede ofrecerme usted que no pueda encontrar en cualquier otro socio con menos problemas de logística?
El hombre tragó saliva.