Amy
Amaba las mañanas porque tenía a mi hermanita sola para mí.
Ana Clara estaba dormida sobre mi pecho, como todos los días desde que volvió.
No podía dejar de admirarla.
Era tan chiquita, tan perfecta. Su boquita entreabierta, sus manitas como bolitas de algodón, sus pestañas diminutas… ¿Cómo podía alguien tan pequeño hacerme sentir tantas cosas?
Me levanté con cuidado y la dejé con delicadeza en su cuna. Era hermosa, tan parecida a mamá...
No me di cuenta de que Samuel había entrado hasta que sentí sus brazos rodearme por la cintura. Apoyó la cabeza en mi hombro con un suspiro suave.
—¿Estás bien? —susurré para no despertar a la bebé.
—No lo sé —respondió bajito, besando mi mejilla—. Mi mamá… fue horrible. Pero al mismo tiempo… no sé... siento que me liberé de algo.
Volteé un poco para mirarlo y noté que sus ojos estaban húmedos. No lloraba, pero se le notaba la tristeza. Le acaricié la mejilla y él cerró los ojos un segundo.
—Viniste al mejor lugar para sanar —le dije con una sonr