El dolor era tan intenso que Hellen sintió como si le desgarraran por dentro. Se incorporó bruscamente en la cama, llevándose una mano al vientre mientras una punzada aguda le arrancaba un grito ahogado. La habitación aún estaba oscura, y su respiración se volvía cada vez más agitada. Cecilia, que dormía en la habitación contigua, se despertó al escuchar el ruido y corrió hacia ella, encontrándola doblada sobre sí misma, pálida y con gotas de sudor en la frente.—¡Hellen! ¿Qué te pasa? —exclamó, corriendo a su lado.—Me duele… el abdomen… —musitó entre jadeos.Sin perder un segundo, Cecilia ayudaba a su amiga a vestirse a duras penas. La llevó hasta el auto con sumo cuidado, conduciendo tan rápido como podía sin perder el control del volante. Su rostro era una mezcla de pánico y preocupación.Una vez en el hospital, Hellen fue ingresada rápidamente. Cecilia no se separó de su lado ni un instante y, mientras los médicos la evaluaban, tomó su celular y llamó a Michael. Su voz era tensa,
Las puertas de cristal se abrieron con un suave zumbido cuando Hellen entró al edificio. Iba vestida de forma sencilla pero impecable. Su cabello suelto caía como una cascada sobre sus hombros y sus ojos, aunque cansados, irradiaban una fuerza que nadie se atrevía a cuestionar. Las recepcionistas la miraron con sorpresa, algunas con admiración, otras con lástima. Desde que todo había estallado, ella no se había dejado ver por la empresa. Y ahora estaba allí. En carne y hueso.Caminó decidida por el pasillo alfombrado, ignorando las miradas curiosas y los murmullos. El eco de sus tacones marcaba el paso firme de una mujer que ya no se iba a dejar derrumbar.Cuando llegó frente a la oficina de Julio, respiró hondo y golpeó la puerta una sola vez antes de abrirla sin esperar respuesta.Julio levantó la vista desde su escritorio, sorprendido.—Hellen…Ella lo miró fijamente. Sin odio, sin gritar. Solo dolor. Un dolor tan intenso que cortaba el aire como una navaja. Dio un paso dentro, cer
Julio respiraba agitado. La rabia lo envolvía como un incendio interno que se expandía sin control. Sus manos temblaban levemente, y en su escritorio, el documento arrugado parecía burlarse de él. Lo volvió a mirar, como si con eso pudiera borrar lo que decía en letras claras y frías:"Despedido."—Ridículo... —murmuró con desprecio—. Perder el tiempo yendo a la mansión Lancaster sería rebajarme aún más.Él no era un simple empleado. Había sido mucho más. Un consejero, un amigo, casi parte de la familia. Pero claro, en ese mundo de poder y riqueza, los lazos se rompían fácilmente cuando el orgullo de una mujer se veía herido. Y Hellen... Esa mujer no solo había herido su ego, sino que ahora lo estaba destruyendo profesionalmente.Se levantó de golpe, su silla se deslizó hacia atrás sin control. Salió de su oficina sin decir palabra, atravesando los pasillos con una expresión feroz. Los empleados se hicieron a un lado. Sabían que algo había pasado, pero nadie se atrevía a preguntarle.
Hellen respiró profundamente, bajó del taxi y miró hacia atrás, como si por un segundo hubiera considerado la idea de correr y regresar. El aire fresco le golpeó el rostro, una mezcla de brisa marina y el ruido lejano de la ciudad. Se colocó unas gafas oscuras para ocultar no solo sus ojos, sino también sus emociones. A su lado, Cecilia le dio unas suaves palmaditas en la espalda.—Estarás bien —dijo con una sonrisa tranquila—. Solo necesitas unos días lejos del caos.—Lo estaré —respondió Hellen, aunque su voz apenas era un susurro. Fingía seguridad, pero por dentro se sentía deshecha.Respiró otra vez, más hondo, intentando calmar el nudo en su garganta—. No te preocupes por mí, unos días fuera de todo esto es justo lo que necesito.Ambas avanzaron hacia el interior del lugar. Era un edificio de apartamentos frente al mar, moderno y discreto. Justo cuando subían las escaleras para dirigirse a su nuevo departamento temporal, una voz chillona la hizo detenerse.—¡Hellen! —gritó alguie
El silencio en la oficina era abrumador. Nicolás se encontraba solo, rodeado de papeles, contratos y el persistente sonido del reloj marcando las horas que parecían eternas. Había pasado un mes desde la última vez que vio a Hellen. Un mes sin su sonrisa, sin su voz, sin su presencia.Cada día llamaba. Cada noche le dejaba mensajes de voz, algunos cortos, otros desesperados. Revisaba sus redes, su correo, su agenda... Todo parecía indicar que Hellen se había evaporado del mundo. Como si realmente quisiera arrancarlo no solo de su vida, sino de su corazón.Su hermano Michael intentaba animarlo sin éxito.—Solo ten paciencia —decía una y otra vez—. Cuando la veas, intenta hablar con ella, con calma. Tal vez...Pero Nicolás ya no tenía esperanzas. Se sentía vacío. Cada rincón de la casa, de la oficina, del mundo... le recordaba a Hellen. El departamento que compartieron ahora era una cárcel sin alma. No quedaban rastros de ella, como si hubiese pasado una tormenta arrasando con todos los
Nicolás estaba en medio de una de las reuniones más importantes de su vida. Cada palabra, cada propuesta que presentaba, era un paso más hacia su objetivo: recuperar la confianza de su padre. Había cometido errores, lo sabía, pero también sabía que tenía que reconstruir su nombre, demostrar que era más que un joven rebelde y emocionalmente impulsivo.Mientras un socio exponía una estrategia de expansión, su teléfono comenzó a vibrar insistentemente sobre la mesa. La pantalla iluminada mostró un nombre que hacía tiempo evitaba: Julio. Nicolás desvió la mirada, ignorándolo por completo. No estaba dispuesto a dejar que nada ni nadie lo desviara de su meta. Había tomado una decisión, y si quería volver a ser digno de dirigir una parte del imperio familiar, debía demostrar compromiso absoluto.La reunión se extendió más de lo previsto. Los rostros tensos, las decisiones estratégicas, los números bailando en las pantallas… todo lo absorbía. Pero cuando finalmente terminó y salió del edifici
Nicolás salió disparado de su oficina, dejando la reunión a la mitad y sin dar explicaciones. El corazón le latía con una mezcla de ansiedad y esperanza mientras su chofer conducía a toda velocidad hacia el aeropuerto privado de la familia Lancaster. Sabía que era ahora o nunca. Si la dejaba ir de nuevo, tal vez esta vez no regresaría jamás. No podía permitirse perderla otra vez.El trayecto se hizo eterno, aunque fueron apenas veinte minutos. Cuando llegaron al hangar C, ya había una multitud reunida. Los medios se habían enterado del aterrizaje del avión privado y estaban grabando cada segundo. Cámaras, micrófonos y flashes inundaban la pista mientras un murmullo generalizado recorría el lugar. Todos querían ver a la mujer que había desaparecido sin dejar rastro, la esposa de Nicolás Lancaster, y más aún, la futura madre del heredero de uno de los hombres más poderosos del país.Y allí estaba ella. Hellen.Descendía del avión como si caminara sobre una alfombra roja. Su porte era se
Julio estaba sentado en el sofá, con la televisión encendida y el control remoto en la mano. No prestaba atención a las noticias, al menos no hasta que el presentador cambió el tono de voz y apareció en pantalla una imagen que le hizo hervir la sangre.—Y en otras noticias, Hellen Lancaster, esposa del heredero de los Lancaster, ha regresado a la ciudad tras una misteriosa ausencia. La joven fue vista en el aeropuerto con una notable pancita de embarazo, acompañada por su inseparable amiga y custodiada por los guardaespaldas de la familia...Julio se quedó paralizado. El rostro de Hellen apareció en la pantalla, luciendo serena, elegante… embarazada. El estómago se le hizo un nudo. Los músculos de su rostro se tensaron. Su vista se nubló por unos segundos. Y entonces, estalló.—¡Maldita sea! —gritó, tomando la taza que tenía en la mano y lanzándola con fuerza contra la pared. El objeto se hizo añicos, esparciendo café caliente por el suelo y dejando un silencio tenso en la sala.Su re