El dolor era tan intenso que Hellen sintió como si le desgarraran por dentro. Se incorporó bruscamente en la cama, llevándose una mano al vientre mientras una punzada aguda le arrancaba un grito ahogado. La habitación aún estaba oscura, y su respiración se volvía cada vez más agitada. Cecilia, que dormía en la habitación contigua, se despertó al escuchar el ruido y corrió hacia ella, encontrándola doblada sobre sí misma, pálida y con gotas de sudor en la frente.
—¡Hellen! ¿Qué te pasa? —exclamó, corriendo a su lado.
—Me duele… el abdomen… —musitó entre jadeos.
Sin perder un segundo, Cecilia ayudaba a su amiga a vestirse a duras penas. La llevó hasta el auto con sumo cuidado, conduciendo tan rápido como podía sin perder el control del volante. Su rostro era una mezcla de pánico y preocupación.
Una vez en el hospital, Hellen fue ingresada rápidamente. Cecilia no se separó de su lado ni un instante y, mientras los médicos la evaluaban, tomó su celular y llamó a Michael. Su voz era tensa,